martes, 7 de febrero de 2012

Cine Soviético

Parece mentira que esté aquí, contigo, parece mentira que haya sobrevivido a eso. Al lavado de cerebro al que me sometieron... Una de las cosas más terroríficas y atroces que se hicieron en esta Tercera Guerra Mundial fue la guerra psicológica, la imposición de una idea por el enemigo. La propaganda, la cantidad de traumas y problemas mentales que me crearon. Aún recuerdo aquel día, cuando las tropas soviéticas nos rodearon en el norte... Aquellos días fueron terribles. Ese día, la misma mañana nublada y gris que nos rendimos, que nuestro pelotón sucumbió ante los rusos... Fue horrible. En principio pensábamos que nos iban a fusilar, a asesinar, pero no era así... Tuvimos suerte de caer en aquellas posiciones, de haber muerto de una represalia o ataque. Nos capturaron porque, porque nos rendimos... Sólo éramos 17 contra 40 al menos a ojo que había. Nos capturaron y nos trasladaron. Pensábamos que aquellos rusos nos iban a torturar o algo similar, ya que no nos habían despachado allí mismo. Sabían que nos querían vivos por aún. Eso aumentaba aún más los ataques de pánico entre nosotros, casi preferíamos que nos hubieran fusilado allí mismo, donde nos capturaron. Muchos hablaban del suicidio, como se pegarían un tiro, o incluso se matarían aguantando la respiración; allí nadie hablaba español, los rusos sólo conducían y vigilaban que no hubiera nada raro. Todos pensábamos que nos encerrarían en un campo de concentración, a trabajar sin descanso, entre el frío y la hambruna, raquíticos, otros pensaban que nos iban a deportar a Siberia, y allí morir de hipotermia y congelamiento. Otros que nos matarían en cuanto el camión parase. Yo, sinceramente, no pensaba nada. Estaba igual de asustado y cagado como el resto. Los guardias rusos del camión reían y reían, cuchicheaban, se reían de nuestro destino. Me preguntaba si serían ellos los que nos matarían, con aquellos fusiles que acicalaban y comprobaban, o con las pistolas que llevaban en la cintura, o con los cuchillos que guardaban en la espalda. Pero el trayecto fue corto, sabíamos que estábamos en tierras soviéticas, lugares donde habían arrasado y establecido. Al salir del camión, algunos a rastras, he de admitir, que aunque nos hubiéramos enfrentado como guerrillas y no ejércitos contra las tropas americanas, chinas y soviéticas con armas que recogíamos, rifles de caza, bengalas y explosivos caseros, esto nos había acojonado. Las risas de aquellos rusos, estábamos cagados de miedo; a dos rezagados los sacaron a rastras y pisotones del camión. Los rusos se repartían el vodka, pensaba en si sería un ritual o una preparación antes de que nos asesinaran. Otras víctimas de guerra más, 13 de los de aquel grupo estaban casados, 7 tenían hijos, donde me incorporaba yo. Los llantos de miedo de los demás me empujaban y apuntalaban al lloro, pero tenía que aguantar. Por mi hija, porque tenía que rescatarla... pensaba una y otra vez qué hacía yo allí...

No nos bajamos en un campo de concentración, ni en ninguna base vallada, ni prisión de alta seguridad, ni en un campamento. Era en una ciudad, una ciudad devastada y arrasada por bombardeos. No había habitantes, sólo quedaban ruinas de vehículos y montañas de escombros de edificios. Aquel perímetro estaba lleno de camiones similar al nuestro, tiendas de campaña, banderas comunistas y sobre todo, soldados. La temperatura en el exterior era fría, bastante, hacía que se te condensara el aire, te hacía expulsar “humo” por la boca. Todos los guardias iban con abrigos largos y gorros rusos, algunos bebían vodka, otros se calentaban en pequeñas fogatas, otros cargaban con sus fusiles, los ponían a punto, desfilaban o hacían guardia. El edificio que se alzaba enfrente nuestra, a donde nos arrastraban los soldados, en parte se mantenía en pié, tenía todas las ventanas reventadas, las pocas que había, y la fachada estaba semiquemada al completo o resquebrajada. Era un cine, un puto cine... Aún tenía los carteles de los estrenos, arrugados y quemados, retorcidos por el calor de las bombas y el fuego, la marquesina en el exterior, con algunas letras aguantando todo aquello, giradas o movidas, sólo quedaban un par. Los luminosos habían reventado, en las puertas había varios soldados custodiándola. Los 17 estábamos acojonados, no entendíamos nada, los rusos se reían o nos miraban con maldad cuando cruzábamos nuestras miradas, la mayoría de súplica porque aún pensábamos que nos iban a encerrar y a gasear, o quemar, o algo peor... El trayecto del camión a ese cine, acera con acera, fue el más duro de mi viaje, me temblaban las piernas, notaba serios escalofríos, las manos moradas y sin sensibilidad. No llevábamos esposas o grilletes, nada, ni alguna cadena. Pero nos tenían apuntando con rifles y fusiles. No nos quitaban ojo, era como el corredor de la muerte. Pase mucho pánico en aquellos segundos, pánico como el de un niño de 10 años a la oscuridad. Pánico con 45 años que tenía.

Cuando el guardia que custodiaba las dobles puertas del cine, totalmente destruidas, las abrió para dejarnos pasar, una ola de ruido exageradamente potente nos reventó los tímpanos, una ola que venía del interior, una ola que salía desprendiendo calor y olor a cerrado, un olor muy fuerte. Eso nos asustó aún más. Los guardias nos empujaron a dentro, y acto seguido cerraron las dobles puertas. No había nadie en aquel recibidor, sólo carteles y cartones de premieres de cine, de hace años, una de las de Brad Pitt de las antiguas, allí, arrugadas como si llevasen siglos esperando que alguien la proyectase. Estábamos desorientados, pensábamos que iban a quemar el local con nosotros dentro, habían bloqueado las dobles puertas y ningún soldado había entrado. Comenzamos a caminar hacia delante, una gran flecha roja pintada con varios brochazos nos señaló la dirección. Estaba pintada encima de una pared donde se exponían la disposición de las salas de aquel cine. Aquella sala nos señalaba a un área donde se encontraban la sala 10, 11, 12, 13, 14 y 15. La 13... No sabía por qué, pero me llamó la atención. Los chorreones de aquella pintada presionaba sobre nuestros miedos. Seguimos andando, asustados y arrastrando los pies, pegados unos a otros, casi abrazándonos, de pánico. Temblábamos, era una mezcla de frío y miedo, seguíamos caminando lentamente, hasta que al doblar una esquina de aquel cine en ruinas nos sorprendió un guardia. Los miedos sobre gaseamiento o incineración se fugaron de nuestras confusas mentes. Agarró del brazo al primero de la fila india que íbamos formando todo el grupo, y como si estuviéramos unidos por cuerdas, nos movió a todos, él tiraba de nosotros a través del primero, cagados de miedo y temblando. Un gran estruendo era escupido por una de las paredes de la sala por donde caminábamos, todos nos apartamos del miedo, como si expulsara llamaradas de fuego, eso nos asustó más, algunos sollozaban y lloraban por el miedo, sólo eso... El terror a no saber qué nos esperaba. Una música, o al menos algo parecido, sonaba a todo el volumen que se podía, como si no te lo pudieras imaginar, una música estridente, con una base muy muy pesada, que te perforaba los tímpanos, como si fueran dos grandes tambores africanos con el ruido tres veces amplificado, muy rápida, repetitiva, totalmente ácida, con gritos y sonidos estridentes y chirridos, voces y ruido, el suelo vibraba del volumen, del equipo de audio que suele estar equipado un cine, para los efectos especiales, un gran número de altavoces para llevar a cabo ese sonido en las películas... Pues imagínate todos esos altavoces escupiendo a un volumen monumental esa música, esos ruidos, te dejaba sordo, daba la impresión que la pared iba a estallar. Entre aquella música se podían escuchar, muy flojos, gritos y llantos de miles de personas, gritos como si fueran animales, como si los estuvieran desollando con papel de lija, gritaban y gritaban, voces afónicas, chillidos de miedo y terror... Nunca escuché a una persona chillar así. Era como una bestia, un animal en una matanza. Eso es lo que pensábamos, que nos iban a llevar a una matanza, un matadero, y con esa música de drogadictos, de pastillas sintéticas, de discoteca estridente. Estábamos completamente acojonados, completamente. Nunca antes había estado así. Teníamos un frió impresionante, las manos moradas y temblando, pero a la vez nos recorría el cuerpo un calor parpadeante, especialmente en las orejas y mejillas, seguido de un sudor frío que nos mataba. Muchos se desplomaron, del miedo o pavor, no lo sé. Sólo vino el guardia de aquella esquina y los levantó a puñetazos.

Cuando alzamos la vista, vimos más soldados, de los nuestros, iban con el uniforme. Nuestro grupo de 17 se unió a otro que esperaba una cola, nos miraron con miedo, la misma mirada que nosotros desprendíamos. No sabía si eran españoles, franceses o italianos, pero estaban igual de atacados que nosotros. O más... Pequeños gemidos procedían de aquella cola, casi imperceptibles entre aquel escándalo que se filtraba por las paredes, nos hacían enloquecer los nervios y hacía vibrar el suelo. Aquella música... Tan pesada y cargante, tan pastillera, tan basta... Ya asustaba de lejos, con aquellos equipos especiales de cine, de altavoces amplificadores... Hasta que un grupo de soldados no estaban tan cerca de nosotros a la distancia de siete metros, no nos dimos cuenta que ese grupo de soldados iba prisionero por prisionero... Haciéndoles algo. El ruido era tan fuerte que no escuchábamos nada, sólo los veíamos acercarse. Todo el mundo miraba a sus compañeros, confuso, preguntándose si sabían que estaban haciendo esos soldados. Tan sólo cuando quedaban 5 personas delante mía, pude ver que hacían; el estado de shock que tenía encima y el estruendo me habían puesto la cabeza de una manera que me resultaba imposible razonar o atender a algo, fue cuando los vi. Cuatro soldados rusos bastante fornidos acompañaban a otro menos fornido que iba con una bata de laboratorio. Iba empujando un carrito cargado con pastillas y botes, jeringuillas y bisturíes. Iba uno por uno, de aquella cola, los guardias agarraban al siguiente, y mientras pataleaba, rabioso y preso del pánico, el doctor le insuflaba algo por vena, con una jeringa-pistola tan grande y ancha como el tubo de cartón de un rollo de papel higiénico. Cargada de un líquido transparente, como un suero. Te palpaba la vena, y pinchaba. Comenzó con los 17, los soldados agarraron al primero de ambos brazos, mientras un tercero lo agarra por el cuello desde atrás, el médico le arremangaba, cambiaba la aguja, y pinchaba. El tipo gritaba de dolor, pero era más bien por el miedo y el pánico. El siguiente fue capturado de la misma manera, pero pataleaba más que ninguno, se resistió dando cabezazos y puñetazos a los guardias soviéticos que iban a inmovilizarlo. Eso no los paró, parecían hechos de piedra, apenas se inmutaron cuando recibieron esos puñetazos y cabezazos. Lo tiraron al suelo, y frente a los ojos de los demás y a aquella música, le dieron una tal paliza que dejaron inmóvil a aquel tipo. Lo despacharon en segundos. Agazapado en el suelo, el médico lo ordenó levantar, y sujetándolo por los brazos como si fuera el mismo Jesucristo, el médico le arremangó, buscó la vena, y pinchó. Después lo empujaron hacia delante, donde la cola avanzaba. Quedaban tres personas delante mía. El siguiente al tipo vapuleado se mostró suave como un guante, desde donde yo estaba se veía cómo temblaba. Ni si quiera hizo falta sujetarlo, el médico fue a pincharlo pero sacó la jeringa antes de tiempo. Le pidió que se relajase con una palabra universal, “relax”, la cual entendió, cerró los ojos, e intentó relajarse. Tenía miedo a que le pegaran una paliza al igual que a su compañero por no relajarse. Finalmente el médico pudo clavar la aguja y pasar al siguiente. El siguiente fue despachado en una rapidez inmediata, sin decir ni pío, petrificado del miedo y confusión. El médico le dijo algo con una sonrisa, unas palabras en ruso pero que parecían que le felicitaban por haberse mostrado tan suave. Agarraron al que estaba delante mía, un tipo rubio, fornido, de Toledo, pero que se mantenía encorvado y temblando. El médico no pudo clavarle la aguja, le repitió la palabra, pero esta vez reaccionó con violencia. Estuvo a punto de agredir al médico, pero los guardias arremetieron contra él, delante mía, lo levantaron pero pataleaba. Uno de los guardias lo agarró del cuello por detrás con el brazo y le cortó la respiración. Cuando sus fuerzas desistieron, el médico clavó su aguja y lo liberaron de su prisión. Siguió la cola dando tumbos. El siguiente era yo. El médico cambio la aguja, subió la mirada con la mía, y me agarró del brazo.- Aunque estaba cagado de miedo, le tenía que preguntar qué era eso, antes de qué nos iban a hacer, dónde estábamos, o por qué esa música.
  • ¿Qué es eso? Tengo problemas con algunas cosas... - El médico preparó la jeringa, subió la mirada, unos ojos azules celestes que penetraron en mi alma; era un tipo joven, bien peinado y con un afeitado impecable. Una pequeña sonrisa se dibujó en su comisura derecha mientras me palpaba la vena del brazo.
  • Medicina – eso fue lo único que me dijo. Lo único. Con un acento leve ruso.
Noté un pinchazo muy doloroso en el antebrazo, algo rápido y que me insufló un calor que lo notaba recorrer mis venas, expandirse de mi antebrazo hacia el hombro, y de ahí a todo mi cuerpo. Me puse aún más nervioso. El tipo me puso un algodón con un trozo de esparadrapo. Le tocaba al que iba detrás mía, el cual, viendo que a mí me habían respondido, también le preguntó.
  • No, no, soy diabético, no puedes pincharme con eso... - El médico no se inmutó.
Al ver perplejo eso, le repitió la frase en inglés. No lo entendía, a mí sí me había respondido, y a él no. Ambos le habíamos hablado en español. El médico levantó la cabeza, y le preguntó. Mi compañero parecía que tenía dominio del inglés, y, tras acicalarse las gafas, se tranquilizó y le respondió. Le dijo algo más; yo nunca entendí mucho del idioma, no entendía nada. Pero hizo que el médico soltase la jeringa, agarrara otra, la rellenara con un líquido marrón, y se la pinchara. En ese momento uno de los guardias me empujó y arrastró hacia la cola. No pude ver cómo seguía aquello. Mi compañero de Toledo, rubio, alto, fornido, ahora estaba encorvado, tambaleándose y temblando, como alguien débil, alguien que no estaba acostumbrado a ver. Ese calor que procedía de mi brazo comenzó a expandirse por todo mi cuerpo y órganos, me empecé a sentir mal y mareado. La cola avanzaba, el grandullón de Toledo se tambaleaba y apoyaba sobre el compañero de delante, a mí me pasa igual, quería apoyarme sobre algo, daba la sensación de vértigo, de que tus piernas se iban a doblar solas, incapaces de aguantar tu peso. Pude sostenerme, pero me tambaleaba igual que mi compañero, la música me palpitaba la mente, me la hacía girar y girar, perdía el equilibrio en rachas cortas, el tiempo iba más lento, la visión se me mezclaba, todo estaba ralentizado y se movía dejando rastros, difuminaciones, borrosidad, la música seguía moviendo mi mente, me hacía perder el equilibrio, tambalearme. Iba a caerme, no sabía a donde iba, sólo me sentía así de mareado, débil, tonto. Yo andaba como podía hacia delante, hasta que algo me agarró del brazo, apenas lo sentí, ni miré de quién se trataba, y me empujó hacia otra sala. Apenas distinguía nada, todo me daba vueltas, sólo vi oscuridad. Pensaba que era algo de aquella “medicina”, pero no, no estaba volando, aún luchaba para mantenerme en pié. El olor a polvo y a cine me empapó las fosas nasales, era un olor de palomitas, impregnado durante años en aquella sala, pero ahora estaba abandonada y el olor a polvo y otros olores más fuertes competía por sustituirlo. Un grupo de soldados que estaban dentro de aquel cine, me agarraron y guiaron por las escaleras que ascendían a las butacas. Media sala estaba llena de gente delirando y mareada. Ví el letrero luminoso, fila 13, me llamó la atención entre todo aquello... Ya se escuchaba menos aquella música, las salas de cine estaban insonorizadas, casi era un placer auditivo, pero con aquella droga que me habían inyectado todo era diferente y se movía en todas direcciones. Me podrían haber violado, no me habría enterado. Conforme más me movía, más mareado me sentía. El grandullón de Toledo cayó como un peso pesado sobre la butaca, casi inconsciente. Yo le seguía. Era la butaca 56. Cuando me senté pude cerrar los ojos y estabilizarme. Noté que alguien se sentaba a mi derecha. Y después de él otro. Al abrir los ojos, todo mareo, borrosidad o algo parecido se me quitó, como por arte de magia, ahora me sentía allí clavado, sin fuerza ninguna, y sin sensibilidad o fuerza en mis extremidades. Para eso era aquella “medicina”, para dejarnos débiles, indefensos ante lo que iba a acontecer en aquel cine... A mi izquierda estaba el tipo de Toledo, el cual seguía con los ojos cerrados, calmándose. A mi derecha el tipo de las gafas diabético. Me miró al ver que estaba despierto y me habló.
  • Eh, tenemos que salir de aquí, en cuanto se apaguen las luces nos levantamos y nos escapamos... ¿eh? Ya somos dos, ¿te apuntas? - El tipo señaló a su derecha, donde se asomó una mujer joven, esbelta y con el pelo teñido de naranja por los hombros.
  • No, no puedo... Me siento tan débil, ojalá sepa qué quieren hacernos ahora, no puedo levantarme... - Apenas me salían las palabras.
  • Pero – En ese momento, las luces se apagaron, el tiempo que había cerrado los ojos se me había pasado en segundos, quizás me había dormido, no lo sé, pero el caso es que yo estaba sentado en mitad de la fila, cuando abrí los ojos la sala entera estaba llena.
Todo se quedó a oscuras menos la pantalla, la cual seguía iluminada desde la sala de proyección. Todo el murmullo se silenció, todos callaron, todos se asustaron. Se escucharon las puertas cerrarse de golpe. No había ningún guardia en aquella sala, estábamos solos. ¿nos gasearían? Estaba seguro de eso, débiles, sin poder correr o escapar, con aquella droga... Estábamos perdidos. El sudor empezaba a calar mi sucio uniforme, en las axilas e ingles, un sudor frío, que me daba escalofríos por las pantorrillas o el pecho. Cada vez estaba más asustado, el tipo de Toledo seguía con los ojos cerrados y el de las gafas parecía aún más asustado que yo, apenas se podía ver con aquella oscuridad. Se escuchaban las miles de respiraciones agitadas, las toses y los murmullos de desesperación, esperando la muerte. Todos la esperábamos... Mis pensamientos fueron cortados de un plumazo.

El murmullo que había surgido lentamente después de la oscuridad volvió a cortarse en seco con un golpe que retumbó por toda la sala procedente de los altavoces. La gran pantalla panorámica del cine emitió la primera imagen. Se veía la plaza roja de Moscú, un par de soldados desfilando y turistas americanos con sus banderas. Éstos arrojaban dólares al suelo a un mercader, el hijo pequeño rompía un juguete que le había comprado, se reía de él. El padre le lanzaba un puñado de billetes americanos. La cámara se movió, correteó por la plaza a gran velocidad y se metió dentro de unas puertas, todo muy rápido, como si fueran los ojos de un insecto volador. Allí, tras un oscuro pasillo solitario, con un silencio total - en la sala todo el mundo había enmudecido con sorpresa - se enfocó hacia una gran urna de cristal rectangular. La gente estaba nerviosa, sin saber qué era eso, ¿por qué? Bajo los efectos de aquel suero o “medicina”, medio atontados, viendo con tensión y suspense, mucho más del que habría supuesto ver aquel video en un estado normal. Pero aquel suero te hacía débil físicamente y mentalmente, parecía que tenía la pantalla a centímetros de la cara, todo me asustaba. Esperaba con ansias por qué aquella escena de la familia prepotente americana, de por qué aquel silencio, aquel seguimiento de la cámara, por qué enfocaban a aquella urna de cristal, iluminada por una débil luz en el techo, la única en aquella sala oscura. Todo el mundo estaba sobrecogido, esperando algo para gritar, nos estábamos volviendo locos con aquello.

En ese instante, la urna de cristal reventó completamente, en un estruendo que destrozó los tímpanos de todos los que estábamos allí, fue un sonido que nos asustó y nos hizo gritar, un susto que me puso el corazón en la garganta, me hizo pegarme el asiento, menudo zambombazo habían pegado, y más con el doble-surround del que estaba compuesto el equipo de audio de la sala. Al reventar la urna en cámara lenta, un cuerpo se levantó y salió de los cristales que aún estaban esparciéndose y volando en miles direcciones. Un sintetizador pesado comenzó a sonar amplificado 4 veces al menos, un sintetizador grave que comenzó a hacer retumbar y vibrar el suelo, volvió a hacer gritar a todo el mundo, nos perforó los tímpanos, inundó de miedo y shock a los que estábamos allí, y en ese instante, justo cuando ese sintetizador iba a bajar de volumen, otro golpe, esta vez melódico, nos hizo de nuevo gritar al mismo tiempo que ese cuerpo enc haquetado se levantaba, con decisión, violentamente; era Lenin. La música golpeó nuestros oídos, comenzó a sonar esa base super-pesada, esa melodía sobre el sintetizador pesado, tan rápida, nos estremeció, el tipo de Toledo pegó un salto en su butaca, todo el mundo volvió a chillar y gritar, incluido yo. Aquella droga... Me asustó como ver a un tipo apuntándote con una pistola o ver cómo apuñalaban a un tipo delante tuya. Esa sensación que te sube por el cuerpo, por la garganta. A continuación, empezó la película.

Lenin se levantaba entre todos aquellos cristales corriendo, con fuerza, salía de su tumba, con los ojos como platos, como un psicópata, al ver su mirada viniendo hacia nosotros, hacia la cámara, con aquella perilla y mirada fija, nos volvimos a asustar y encoger en el sillón. Salía a aquella plaza roja, con aquella música a mil decibelios por los altavoces, dejándonos sordos, casi eclipsando los gritos y chillidos de todo el mundo, incluso los míos, arrancaba una bandera soviética de cuajo con un mástil dorado, la cargaba y se la lanzaba como una lanza hacia aquella familia. La base tan pesada hacía que mis tímpanos vibrasen, notaba como se movían, me pedían ayuda, dolor, notaba cómo se movían... Yo estaba tieso en la butaca, con la cabeza apoyada al máximo en el respaldo, las manos clavadas en los reposa-brazos para las bebidas, y los pies pegados a los bajos del sillón. Lenin agarraba ese mástil con bandera soviética y se lo lanzaba a esa familia, la imagen se repitió fugazmente varias veces. La siguiente era de ese mástil atravesando el pecho de aquel padre americano, estallaba en un mar de sangre, con cara de sorpresa. Lenin arremetía contra los demás, agarraba una hoz y un martillo dorados y decapitaba a la madre con ella, en un chorro de sangre, como si fuera una ducha. La gente del cine chilló como animales. Cogió al niño y con la hoz ensangrentada, lo rajó desde la entrepierna al pecho, la sangre volvió a llover, pero en lugar de tripas y vísceras salieron por la raja miles de billetes, billetes llenos de sangre, que caían al suelo mientras el niño miraba perplejo que lo habían rajado. Ahora pasaban a ser dibujos y animaciones, Lenin señalaba hacia el oeste mientras un grito descomunal sonada entre aquella música chillando “¡GO WEST!” Un coro de soldados le respondían con la misma frase, se escuchaban miles de botas desfilar, esas tropas aplastaban los restos de aquella familia de yankees, el mapa volvió a escala global, una mancha roja se expandía por Europa, como tinta, sangraba y goteaba sobre África, las tropas desfilaban, se escuchaban las botas entre toda aquella música tan estridente y fuerte, Lenin bailaba con la estatua de la libertad, ella de verde y el de rojo, la imagen se corta, vuelve a un silo de misiles, éstos se despliegan, vuelven a Lenin bailando con la libertad, terminaba de bailar y le mordía el cuello, se lo arrancaba violentamente, como un vampiro enloquecido, la sangre corría y corría, los soldados seguían gritando “GO WEST” al ritmo de sus pasos, la sangre corría por el vestido color verde, goteaba, mientras que Lenin reía y reía, la mujer se desmayaba, se desangraba.

En ese instante, fugazmente, ocupando dos o tres fotogramas, apareció un rótulo sobre un fondo negro, unas palabras de un rojo violento que se salía y que decía lo siguiente:

EL PRESIDENTE AMERICANO CAERÁ, ESTADOS UNIDOS CAERÁ

Se desplomaba sobre el suelo, la imagen cambiaba a ser una toma real de la estatua de la libertad en Nueva York, cuando se teñía de rojo y estallaba en una explosión que volvió a hacernos gritar, algunos se encogieron como bolas en sus asientos, olía a orina. Volvía la imagen a Lenin con América, le arrancaba el vestido y mostraba el cuerpo de la mujer, verde, desnudo, lleno de dólares y billetes americanos cubriéndole las partes íntimas. Lenin la violaba, ella suplicaba, a pesar del tajo sangrante de su cuello, la violaba violentamente con el traje puesto. Se volvió a repetir tres veces la imagen de la estatua de la libertad estallando, se teñía de rojo y estallaba, volvía a la imagen de la violación, se veía perfectamente todo, como una película pornográfica, se veía todo a ambos. Enfocaban una y otra vez en repetición la cara de la mujer vestida de estatua de la libertad con sufrimiento, llantos, sangre en el cuello, suplicando e intentado escapar. Lenin la seguía violando abriéndola violentamente de piernas. Se aferraba fuertemente a la bandera americana la cual hacía trizas del color y el sufrimiento de aquella violación. Apareció un mapa global de Europa, teñida de rojo, rodeaba el mundo, menos Norteamérica, Inglaterra y Australia. El rojo se extendía, la vagina verde de la estatua de la libertad expulsaba sangre mientras Lenin seguía penetrándola, la imagen global pasó a centrarse en las islas británicas, las cuales no se pintaban de rojo como el resto, sino que al llegar esa marea roja, donde se volvió a escuchar el grito de “GO WEST”, estas islas se hundían, el mar las absorbía, se veía el Big Ben estallando, hundiéndose en unas aguas rojas, el Parlamento, el Palacio de Buckingham, estallaba al contacto con el agua, los autobuses y taxis típicos se hundían con gente suplicando dentro, el presidente O' Collingwood se alzaba desesperado entre las ruinas que se hundían de su tierra, miraba arriba suplicando a alguien superior que les ayudara, pero su cabeza era aplastada contra el suelo por un zapato caro, por alguien trajeado. La cámara se alzaba hacia el cielo, como un ser superior, mientras la música se volvía más inaguantable y fuerte, los chillidos de la gente de aquella sala no se escuchaban, el volumen era demasiado, me iba a quedar sordo seguro. El tipo trajeado era Commons, de los EEUU, le pisaba la cabeza al representante de Inglaterra, ahogándolo en esas aguas, esa marea comunista. Lo pisaba con maldad, la imagen paso a la violación por parte de Lenin, la mujer lloraba y suplicaba, cuando Lenin la golpeaba y la embestía, algunos billetes salían desperdigados, la sangre corría por las piernas y pantorrillas de la mujer verde, mientras seguía con la corona y aguantando la antorcha. La expresión de dolor y sufrimiento, era brutal. Las islas británicas se hundían, O' Collingwood se ahogaba y hundía, moría y volvía a la imagen a escala global, las islas británicas desaparecían. Se enfocaba a un cartel de Lenin con la mano extendida señalando al oeste, se volvió a escuchar el grito de GO WEST por esos soldados, esas botas, esa base machacona, esa música tan fuerte, y estridente, me hacía gritar y chillar, pero estaba tan bastamente amplificada que no me escuchaba los propios gritos, los notaba por la vibración en mi garganta. Estaba agazapado en mi butaca, mirando con terror y pavor aquello, los ojos como platos. Unos timbales africanos comenzaron a sonar como si los estuviera tocando un negro sufriendo un ataque epiléptico. Esto se unió a la base machacona, mi cerebelo iba a estallar, mi cabeza iba a implosionar.

Un nuevo rótulo que ocupaba toda la pantalla apareció fugazmente, pude leer:

LA FUERZA DEL PUEBLO, EL TRIUNFO DEL COMUNISMO

Las tropas rusas cruzaban el pacífico, llegaban a Nueva York, la estatua de la libertad, esta vez una como estatua diferente a la de la violación, eran dos videos distintos; la estatua se teñía de rojo, fruncía el ceño, la antorcha se transformaba en una hoz y con ella la clavaba sobre la ciudad de los rascacielos, al impacto se producía una explosión nuclear mientras reía maliciosa, desde su pedestal en mitad del agua, la hoz clavada sobre Nueva York, el hongo nuclear, lo destruye todo. La imagen volvía a Lenin violando a la estatua de la libertad, lloraba y lloraba una y otra vez, la embestía, en diversos planos, las piernas le sangraban, chorreones de sangre de su cuello malherido y su vagina, Lenin la violaba con maldad y cara de justicia. La agarraba de los brazos, de las piernas, la imagen volvió a pasar al hongo de Nueva York. Norteamérica se empezaba a hundir, el agua la absorbía, sólo sus limites políticos, llegaban a la capital Washington, allí la estatua, gigante, aplastaba con su pie descalzo la Casa Blanca, estallaba en un juego de fuegos artificiales, los niños americanos vestidos como vagabundos saltaban de emoción en una gran ovación, reían y lloraban de felicidad. La gigante mujer de rojo tomaba una bandera soviética con un mástil dorado, la misma del principio, y lo clavaba como una pica sobre el Capitolio, caía como una lanza y lo destruía en una lluvia de sangre y billetes de dinero. La bandera de la URSS sobre un mástil dorado se alzaba sobre el Capitolio, el cual finalmente era destruido en una nueva detonación nuclear rojo sangre, Lenin seguía violando violentamente a la mujer de verde, ahora por detrás, sus piernas se extendían sin fuerzas, lloraba y lloraba al grito de GO WEST de esos soldados mientras la agarraba de los hombros. Yo estaba babeando, pegado a la butaca, sudando hasta calar mi ropa, mis dientes rechinaban del shock psicológico de aquello, me iba a dar un paro cardíaco allí mismo, temblaba, sin oír nada más que aquella música estridente, como si tuviera auriculares en las orejas, veía a la gente abrir la boca y chillar, pero sólo escuchaba esa música y esos golpes, una y otra vez, rápidos, fuertes, demoledores.

EL ESTADO ES EL ARMA DE REPRESIÓN DE UNA CLASE SOBRE OTRA

La detonación nuclear arrasaba el National Mall, la onda expansiva llegaba a un grupo de gente. Eran personas vestidas de trajes, gordos, con maletines y con puñados de dinero en sus manos, comían billetes, los tragaban, masticaban, se atragantaban, como cerdos recogiendo los billetes que había formado la explosión del capitolio. Ese grupo de cerdos come-dinero de traje eran embestidos por la onda de fuego y destrucción de la bomba, se le quemaban los trajes, las piel, sólo quedaba su esqueleto. Pero vivo, esqueletos blancos con corbatas y maletín, esqueletos que se volvían locos y agarraban el dinero que seguía cayendo, dinero con sangre, ardiendo, para comerlos, pero no podía, porque eran esqueletos, se desesperaban. Lenin reía y reía despiadadamente, mientras sujetaba de los hombros a la joven mujer de verde, lloraba y lloraba, le dolía hasta morir, notaba todo ese dolor por su retaguardia. La música cada vez iba más rápida y más estridente. Yo tiritaba y castañeaba, mi boca ni párpados podían cerrarse, babeaba y lagrimeaba, como si tuviera un ataque epiléptico. La imagen volvía, a esos esqueletos come dinero que aún estando muerto seguían abusando de los demás y queriendo cada vez más dinero. Éstos volvían a ser aplastados por un pisotón de la gigante estatua de la libertad roja. Ésta, a continuación, arrancaba de cuajo el monumento a Washington, como si fuera una mala raíz, y lo tintaba de rojo, completamente. Lo agarraba como si fuera una estaca, su cara de maldad y furia lo decía todo, se alzaba entre los edificios de la capital y tomando impulso, levantaba aquella estaca roja y lo clavaba sobre los restos de la Casa Blanca. Cuando hacía contacto estallaba en una explosión de sangre y gritos, aunque no sabía si se trataba de una corriente de comunismo o de sangre. Los goterones se expandían y teñían todo el territorio, una mancha roja que se expandía, lo coloreaba todo de rojo, una ola que tocó a un grupo de trabajadores llenos de suciedad trabajando en una fábrica de petróleo, raquíticos y moribundos, cuando esa onda los convierte en unos trabajadores con uniformes iguales, una expresión de emoción, trabajando con felicidad y una sonrisa de oreja a oreja.

CAER ESTÁ PERMITIDO, LEVANTARSE ES OBLIGATORIO

Lenin llegaba al clímax de su violación, la mujer verde ponía aún más cara de dolor, vomitaba fajos de dinero, lloraba y lloraba, gritaba y chillaba del dolor. Un padre salía de su casa en un barrio típico americano, con la mujer colocando un pastel en la ventana, y los niños subiéndose al autobús amarillo del colegio. Una bandera americana ondeaba en su jardín con un mástil, se acercaban a esa bandera y la ponían en primer plano, las estrellas y barras ondeaban en ese precioso día soleado, pero unas nubes inundaban el cielo y escupían sangre en forma de lluvia, esa sangre caía sobre la bandera y borraba las estrellas, las 13 estrellas de la bandera de EEUU se transformaban en 13 calaveras, las barras rojas goteaban sangre sobre las blancas, hubo una secuencia corta sobre la violación de la estatua de la libertad, algo corto pero que se podía ver como suplicaba y gritaba del dolor entre sus piernas. La bandera americana ondeaba chorreando sangre de sus barras rojas y sus 13 calaveras sobre fondo azul, las barras se caían y clavaban alrededor de mendigos y gente árabe, con turbantes, judíos, japoneses, hispanos y sudamericanos, los encerraban entre barrotes hechos con esas barras blancas, rojas y azules que caían, a algunos los atravesaba, los mataba, caían de ese cielo nublado. Del autobús escolar amarillo se bajaban los niños, en fila india, hacia la escuela, hacia una clase con otra bandera y el retrato de los presidentes, esos niños en fila india comenzaban a desfilar, al moverse a sincronizadamente, crecían y aumentaban de estatura, sobre sus uniformes de escuela se creaba uno militar, las mochilas de libros se transformaban en macutos y los lapices y bolis en fusibles. Todos desfilaban en marcha levantando el brazo, recto, desfilando estirando las piernas, llevando a cabo ese saludo fascista, la bandera que portaban comenzaban a escupir dinero y dólares, todo se agrupaba y removía, los billetes tomaban formas en la bandera, tomaban la forma de una esvástica nazi, los fajos de billetes se colocaban en esa forma, los colores rojo, blanco y negro transformaron la bandera, se tiñó todo, los uniformes, la esvástica se transformó en un símbolo del dólar, sobre el marco y colores de la esvástica nazi, todos portaban y levantaban el brazo, todo muy rápido, con escenas y foto-montajes inmediatos y apenas visibles, los niños salían del los colegios, se transformaban en soldados, disparaban contra la población, contra árabes, judíos, rusos, indios, los ejércitos norteamericanos incendiaban tipis, mataban a indios con sus fusiles, mientra que ellos tenían flechas y cuchillos, a distancia, sin mancharse las manos, esos uniformes de azul los aniquilaban, masacre sobre las tribus de indios, con sus atuendos y sus plumas, mujeres con niños eran degollados, pasa a la violación de Lenin fugazmente, cara de dolor de la estatua de la libertad, vuelve a la masacre de los indios, pasa a enfocar una bomba atómica con la cara del Tío Sam, todo caía sobre japoneses, los pilotos del Enola Gay sonreían comiendo chicles y sacando fotos, las vendían en América, la gente las compraba, las colgaban, miles de japoneses, niños, mujeres, ancianos y trabajadores eran calcinados, carbonizados, se volatilizaban, Japón era destruida. Yo temblaba aún, notaba los manotazos de mi compañero de al lado, que me golpeaba, pero no podía mirar a un lado, no podía dejar de mirar, ni parpadear. Estaba convulsionando el tipo de las gafas. Pero no podía apartar la vista, mi mente no me dejaba...

EL CAPITALISMO ES EL CÁNCER DEL TRABAJADOR

La estatua gigante de la libertad, roja y con la hoz en lugar de antorcha, con la corona y la toga, seguía destruyendo la ciudad americana, aplastaba esos barrios perfectos de ricachones, destruía con sus manos bancos que estallaban en lluvias de dinero, pisaba a los peces gordos, los ricachones y cerdos come-dinero, aplastaba con sus puños sus mansiones y casas en la playa, devoraba a sus amantes y mujeres estiradas, destruía estrujando con sus manos sus edificios, los rascacielos bancarios, económicos, aplastaba con pisotones sus lujosos coches, quemaba su dinero, arrancaba la tierra y las casas, sembraba el caos con fuego, con sus dos puños golpeaba a todo, la cara de furia y expresión de estar frenética era algo que se me quedó clavada en la mente. Lenin llegaba al clímax con su violación, la estatua verde seguía llorando, escupiendo dinero, gritando y chillando, cuando llegó al clímax, el final, Lenin rápidamente agarro la hoz dorada y la degolló por completo, como un cerdo en una matanza, delante de todos, en el momento del culmen, la sangre salpico toda la pantalla, toda entera se puso roja por las salpicaduras y chorros de sangre de su tajo, toda la pantalla roja. En ella se dibujó una hoz y un martillo dorados, la imagen roja ondeó y se convirtió en una bandera, una bandera que ondeaba sobre los EEUU destruidos, ruinas de casas y edificios. La estatua de la libertad gigante y roja estrangulaba al Tío Sam, con su perilla blanca y su traje con los colores y estrellas americanas. Lo estrangulaba con fuerza, billetes llovían, se quemaban, impregnados de sangre, las tropas americanas masacraban Cuba, arrasaban con los nativos, hundían las tropas españolas que se rendían, suplicaban por sus vidas, se meaban sobre los cadáveres de los soldados españoles que llegaban muertos flotando a las orillas de las playas, la estatua seguía estrangulando al Tío Sam, poco a poco lo iba matando; lo entendía, todo estaba tan caótico, pero mi mente lo asimilaba todo, los mensajes subliminales que mandaban en el audio, en la pantalla a modo de imperceptibles fotogramas, lo comprendía todo, pero en ese instante estaba enloquecido y frenético. Me movía y golpeaba en mi butaca, como si estuviera cubierto de fuego, me retorcía pero no podía apartar la mirada de la pantalla, la música ocupaba todo mi aparato auditivo, era lo único que escuchaba, esos martilleos, esa base machacona, esos sintetizadores, gritos y rechinar de botas de desfiles, gente aplaudiendo y gritando en ruso, todo eso se mezclaba y se escupía por el sistema estéreo de aquella sala de cine.

LA RELIGIÓN ES EL OPIO DEL PUEBLO

La misma animación a escala global de Inglaterra hundiéndose se repitió y esta vez fue con toda Norteamérica mientras se mezclaban con fotogramas y escenas del ahogamiento del Tío Sam por la estatua de la libertad roja, la cual lloraba de la risa y de la cara de esquizofrenia, todo el territorio se hundía, Alaska, todo se hundía en las aguas, como si fueran tablas de metal, se hundían sin dejar rastro, sólo quedaba a flote Canadá y México, dividido por las fronteras políticas, todo EEUU desaparecía. Commons jugaba al Risk en el Despacho Oval de la Casa Blanca, invadía Europa sacando dos seises con los dados, movía fichas, simples peones de plástico, pero que se intercalaban con imágenes de soldados de verdad arrasando ciudades y gente europea, la masacraba, lanzaba su artillería contra ellos, todos ardían y morían, Commons movía dos cañones a Francia, la imagen de cañones de artillería pesada arrasaban Francia, los Campos Elíseos, todo ardía y se destruía. Otros dados caían, China invadía Vietnam e India, Commons entregaba “la carta” de la India a Xinjiang, el dictador de China. EEUU entregaba la India a China según la puntuación de los dados. Ambos líderes reían y reían, el fondo se oscurecía y la luz se apagaba, proyectándose desde abajo de sus caras, remarcando sus arrugas y risas malvadas, su ceño fruncido y de dulzura maliciosa, disfrutaban invadiendo y destruyendo todo, ambos se volvían locos, lanzaban una y otra vez los dados, la estatua ahogaba definitivamente al Tío Sam sumergiéndolo en el agua con sus pies, el cual se asfixiaba con esa marea, se hundía poco a poco a los pies de la estatua de la libertad roja, intentaba agarrarse a otros para sobrevivir, para no hundirse, se agarraba a México, donde sacaban tratados y compra de deudas, acuerdos sucios. Se agarraba de Canadá, con acuerdos basura sobre anexiones y recompensas falsas, utilizaba el escudo de la OTAN como flotador, arañaba todo aquello para no ahogarse, la marea roja sonría y pinchaba ese flotador, Canadá rechaza y México abandonada, el Tío Sam se ahoga en una marea de dinero negro y sucio, manchado con la sangre de los masacrados en guerra y de los robos y delitos políticos globales. EEUU se ahogaba en aquellas aguas. El presidente de EEUU, Commons y, de China, Xinjiang se reían jugando con ese tablero, amontonaban tropas, lanzaban dados, reían como esquizofrénicos y dementes, los dos, felices, arrasando e invadiendo el mundo, ambos se agarran, se besan, sus lenguas toman contacto violentamente, se intercambian salivas, se montan sobre la mesa del presidente, ríen y disfrutan maliciosamente con cara de dementes, muecas muy exageradas, maliciosamente, malvadamente, ambos se besan y besuquean, como cerdos en una pocilga, la marea roja rompe las ventanas del Despacho Oval e inunda la sala, ambos se ahogan intentando mantenerse a flote subiéndose el uno al otro.

LA REVOLUCIÓN EMPIEZA POR CASA

Una figura de Mao Zedong se alza sobre el cielo, estalla y de sus ruinas aparece otra el triple de grande de Xinjiang, que es representado como un niñato vestido con un uniforme militar que le queda el doble de grande, germina una estatua de piedra donde señala a su pueblo riéndose de él malvadamente. Todo el pueblo chino se lamenta encorvados, en fila india, entrando en miles de fábricas, mercados exteriores, empresas extranjeras que ponen a niños a trabajar, los barrios obreros marginales, de todo señala y se ríe, se alza por encima de una escultura de Mao Zedong, se coloca una careta de él, agarra a puñados misiles nucleares, con ese uniforme que le queda extremadamente grande, como un niño chico, abarca y recoge misiles, con ansia, con baba sobre sus dientes, cara de felicidad y maldad, agarrando avariciosamente más misiles, que crecen de esas fábricas, que empobrece a la población, quita fondos del estado para más y más misiles, sus brazos no pueden cargar con más, se amontonan mientras él quiere más, y más, y más, como un niño pequeño, avaricioso y egoísta, recoge más misiles, más y más, arrancándolos como flores que germinan y crecen, una montaña sobre sus brazos, quiere llevar más encima, los necesita con ansia de poder, hasta que son demasiados y se les caen de los brazos, todos del tirón, se le resbalan, la avaricia rompe el saco, todos los misiles caen sobre sus ciudades, las destruyen, siembran el fuego y la radiación, destruye a su propio pueblo, el ansia de avaricia y poder armamentístico de ser la primera potencia mundial nuclear, todos los misiles caen sobre sus ciudades, las destruyen, matan a su población, la queman y mutilan, todo desparece y se quema, su estatua monumental en la que aparece riéndose se tambalea y destruye, se viene abajo, China se hunde, se destruye, todo explota y revienta, Xinjiang se ahoga con el fuego, sus manos aprietan su garganta intentando respirar, pero no, no puede, demasiado. La música se acelera, llega a límites imposibles de volumen y amplificación, mis tímpanos vibraban y me golpeaban el oído, iban a estallar, me iban a hacer daños irreversibles, la música iba a más, se amplificaba cada vez más, más dolor auditivo. Una bandera de la URSS corona el mundo, su mástil atraviesa el globo terráqueo como si fuera el eje del planeta, todo el territorio se empapa de color rojo, todos los continentes rojos, todos los mares y océanos se vuelven rojos, todo se expande, la pantalla se llena de rojo, el símbolo dorado de la hoz y el martillo, la música vuelve a dar un golpe, el volumen monumental, las butacas vibran y tiemblan, todos se taponan las orejas con las manos, gritan de dolor, la música amplificada, pitidos en los oídos, sordera, sordera, la gente chilla, grita, se vuelve aún más loca, sus oídos van a estallar, se los taponan pero no puede evitar el dolor y sufrimiento interior, las luces se encienden de repente, la música se para con un fuerte golpe, la bandera soviética sobre la pantalla, el himno soviético comienza a sonar como si lo cantasen un millón de personas al unísono, la bandera ondea tranquilamente en un yermo donde se ven restos de dinero quemado. La himno soviético se inicia a todo volumen, con un sonido y orquesta impresionante, el 60% de la sala se pone en pie, otros pocos con el brazo estirado y comienzan a berrear, a seguir la canción con sus murmullos, gritos o balbuceos. La URSS, la URSS, la URSS... Un nuevo rótulo apareció sobre la bandera ondeante, esta vez permaneció fijo y permanente. No tan violento, en minúsculas, ahora calma, el himno sonaba flojo, con respecto al volumen alcanzado segundos antes, claro... Recuerdo esas palabras, se me quedaron marcadas a fuego:

El comunismo es la auténtica resolución del antagonismo entre el hombre y la naturaleza y entre el hombre y el hombre; es la auténtica solución del conflicto entre la existencia y la esencia, entre la objetividad y la autoafirmación, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y la especie. Es el acertijo de la Historia resuelto.

Eso es todo lo que recuerdo, no sé si me desmayé después, o me hicieron algo más, pero lo que sé es que me había puesto de pié, notaba mi baba y lágrimas resecas en mi piel, los oídos vibrando aún y palpitando en toda mi cabeza, como si tuviera dos corazones en cada tímpano, los dientes me rechinaban solos, aún tenía el shock en el cuerpo, las piernas me iban a fallar de un momento a otro, mi mente estaba colapsada de aquellas imágenes, películas, gran parte eran animaciones y dibujos animados, cosa que me traumatizó aún más, caricaturas y muñecos, todo eso palpitaba y retumbaba en mi mente, en toda mi cabeza. Desorientado y tambaleándome, viendo aquella bandera y ese himno sonar, vi que el tipo de las gafas de mi derecha, el mismo que me había sugerido escapar, estaba completamente estirado y tieso, con una expresión violenta de horror en el rostro, con espuma por la boca, las pupilas dilatadas, las gafas sobre su regazo, y el sudor que le cubría todo el cuerpo. Aquel tipo no sólo era diabético, tenía serios problemas epilépticos, ese hombre había muerto de una crisis mental por un ataque de epilepsia... La mujer del pelo naranja estaba de pié, con un gesto de cabreo similar a la de la estatua, sin abrir la boca, pero de pié. El tipo de mi izquierda, el de Toledo, seguía sentado, los ojos como platos, como si se acabara de levantar de una pesadilla, babeaba como yo por una comisura de la boca, su entrepierna estaba manchada de orina, su ropa empapada de sudor. Yo no me había orinado encima, pero casi. Babeado y llorado, sudado, mi cuerpo estaba hecho una mierda, una auténtica mierda, pero mi mente había comprendido aquello, estaba organizando esa experiencia traumática, lo comprendí ahora, en esta tranquilidad, por así decirlo, claro.

La URSS iba a acabar invadiendo todo el territorio Europeo, destruiría Gran Bretaña, la cual pediría ayuda a EEUU, pero éste la abandonaría y dejaría que se hundiera. La URSS, formando ya Eurasia, llevaría a cabo un ataque a Norteamérica, las crisis y problemas, y sobre todo, la incapacidad de parar a la URSS por parte de sus tropas y gobierno, llevarían al pueblo, a su población, a revelarse y atentar contra su gobierno, con quejas y denuncias que no serían escuchadas, y cuando la URSS llegase y tomase la costa oeste americana, la gente se lanzaría contra los gobiernos y los peces gordos que sólo querían su dinero y estaban dejando descubiertos a toda su población... Destruirían América, ella misma se auto-destruiría, por eso esa referencia a la Estatua de la Libertad. La URSS apoyaría e impulsaría estos movimientos de protesta y quejas. EEUU acabaría hundiéndose centrado en ganar la guerra en el exterior, cuando se diera cuenta, su tierra habría sido devastada y sería demasiado tarde para huir o salvarse. Toda la nación se ahogaría, los culpables pagarían. Todos los castigos, salvajadas y crímenes que llevó EEUU en la historia acabarían hundiendo al país, acabarían pagando por estos crímenes, justicia por todo lo que hicieron. Después, como un dominó, China acabaría cayendo por el gran número y extensión de la URSS; Xinjiang, joven e inexperto, estaría cegado con la defensa y aumentaría su arsenal nuclear para defenderse de la URSS, pero llevaría a cabo tantas compras que arruinaría al pueblo, y lo destruiría, cambiaría la vida y la esencia del pueblo por un puñado de misiles nucleares que serían inútiles para defenderse debido a la gran potencia de éstos. Acabarían destruyéndose a sí mismos. La URSS se alzaría victoriosa, la Tercera Guerra Mundial acabaría, y por fin se establecería un nuevo orden mundial liderado por la URSS. Era la salvación... Por eso no nos mataban, a los soldados europeos no nos masacraban como a los chinos o americanos, nos tomaban como presos y nos hacían esto, en estos cines y salas, nos lavaban el cerebro. Esto era un lavado de cerebro, nada más y nada menos. Querían que sobreviviéramos para que en un futuro la población europea apoyase y se fusionara con la URSS, por eso no nos mataban y nos llevaban aquí, para lavarnos el cerebro...



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