domingo, 15 de enero de 2012

El sueño más real que se haya concebido por mi inconsciente.

Hace unas semanas, antes de Navidades incluso, un día, me parece que fue en una siesta, tuve un sueño. Un sueño bastante real, que me hizo sudar y acelerarme el corazón. Nunca antes me había pasado, no sabría clasificarlo en una pesadilla o en un sueño. Todo era coherente, todo real, sin invenciones surrealistas, ni cosas extrañas; todo era según había sido hace años. Durante el franquismo.

Lo primero que recuerdo es estar en un aula de un colegio o palacio antiguo, con sus pupitres, sus ventanales y su luz blanca entrando en la clase. Los asientos y mesas brillaban, la pizarra estaba limpia como una patena. No me acuerdo si había alguien más allí, sólo sé que estaba yo y Francismo Franco. Era su ilustrador, o pintor, artista personal. O quizás estaba de visita en aquel instituto y se interesó por mí. Me dio un rifle antiguo, de la guerra civil, casi deshecho, que había pertenecido a un anarquista; la letra A le llevaba grabado en un lugar del cuerpo metálico. Dibujé ese rifle, en mi hoja de bocetos, mi bloc, con mis lápices. Lo dibujé varias veces, motivado. Tenía la misma mentalidad que tengo ahora, de contemplar una vieja antigualla u objeto de la guerra y notar respeto por él. Era como un regalo, tener un objeto de la guerra civil; además, un fusil. Cuando terminé de dibujarlo, me lo quitó, iba a destruirlo; yo me negué, yo quería aquello, quería ese recuerdo, ese objeto antiguo, lo quería para guardarlo y mantener algo del antiguo mundo en mi posesión. Le grité un NO retundo, alargado, lo sentí, sentí pena y desesperación, sentí ese NO en mi consciente, mientras dormía, mi yo del sueño lo pronunció con todas sus ganas. Él me acusó de ser un falso y un rojo; me mandó arrestar y someterme a un juicio por aquello; yo ya sabía que después me iban a fusilar.

Lo siguiente que recuerdo es estar en una antigua casa, una mansión quizás, en mitad de un bosque, con pantano incluso, rodeado todo de árboles, veía los soldados pasear y patrullar alrededor, por caminos fangosos, con rifles con bayonetas y lanzas. Yo me arrepentía como nadie de aquel NO, sentía cómo el corazón se me encogía, era algo que nunca me había ocurrido, que mi subconsciente nunca se había atrevido a hacer, nunca había tenido tanta fuerza en un sueño. Los nervios eran reales, no eran simulados, mi aparato nervioso estaba vibrando, mi corazón se movía, no en mi "yo" del sueño, era mi yo real, el que estaba soñando dormido en mi cama. Nunca antes había podido hacer eso, sólo un sueño, una imaginación, pero no confundir a mi cuerpo tanto; quizás recordaba de sueños el estar nervioso, miedo o angustia, pero esa vez... Era distinto, mi cuerpo no dormía, mi cuerpo sudaba y el corazón latía, verdaderamente, no en el mundo imaginario de los sueños. Estaba en una habitación, en aquella casa lujosa inundada por los bosques y plantas, una habitación con ventanales comidos por la humedad de aquellos parajes, por los bichos y animales que habitaban allí. Me arrepentía una y otra vez de aquel grito que le pegué, y lo más curioso: recordaba en el sueño, recordaba ese grito, lo recordaba mientras estaba sentado en aquella habitación pequeña, recordaba soñando. Había alguien, amigos míos, conmigo, consolándome, sin poder hacer nada, impotentes, con la garantía absoluta de que me iban a matar, llorando, y yo, arrepentido hasta mis más profundos sentimientos, pensando en la gran cantidad de cosas que me iba a perder, que no volvería a ver a mis padres nunca, a mi familia, a mis amigos y conocidos, que pasaría a formar parte de la historia de los traidores, de los terroristas contra la patria; notaba como le pellizcaba el pelo, como pedía, yo desde el sueño, que pudiera despertar de allí, me imaginaba volviendo a mi casa, mi casa actual, con mis padres, con mis amigos, por carreteras a oscuras, a las tantas de la noche, vacías. Pensaba más en mis amigos y conocidos que en otra cosa, pensaba y lloraba de tener que llamar a mis padres para contarle lo sucedido. Arrepentimiento, culpa y agobio, sobre todo eso último, era lo que experimentaba mi cuerpo a ambas bandas. Recordaba todo eso con una nitidez y coherencia... Me quería ir de allí, llorando con is amigos, los cuales no veía sus caras, pero sabía que eran ellos, gente de confianza, gente conocida de la infancia, que sufría y lloraba conmigo. Me preguntaba una y otra vez cómo era posible que fuera a fusilar a alguien tan pequeño como yo, casi un niño.

Lo siguiente era el juicio, un juicio algo extraño, al aire libre. El tribunal estaba sentado en una puerta con porche de aquella mansión, todo de mármol, escaleras y adornos. Frente a ellos estaba una gran mesa cuadrada, de madera oscura, llena completamente de papeles y libretas, algunas cosas, todo lleno y desordenado. Los árboles y su espesor hacían imposible ver el cielo, el fondo; era como si hubiera un techo bajo de hojas y ramas por las cuales sólo se colaba luz. En aquella mesa había sentado un chaval, de doce o trece años quizás, con harapos, melena mugrienta, que estaba siendo juzgado. No veía los jueces o sus caras, sólo una enrome mesa donde estaban, una mesa que le cubría las piernas y sólo dejaba ver su pecho, manos, y cabeza. Parecían gigantes, mucho más grande que nosotros. Una presencia femenina, alguien, estaba conmigo, parecía mi defensora, mi abogada, pero era algo impensable, no sabía quien era. Sólo me daba fuerzas y me decía que no era para tanto, que podría salir inocente, que no me asesinarían. Quizás sólo estaba allí para dar fuerzas, porque aquel chico estaba sólo, excusándose, aquella mujer estaba allí para guiar y relajar al personal, para que lo hiciera bien. Atendía de los que iban a ser juzgados.

Sentía los nervios de ser juzgado, de salir a un escenario, como en obras de teatro que he hecho, como en exposiciones a la clase, como en mis mayores momentos de nerviosismo y pánico de escena, de tener que salir yo solo, sentado frente a esa mesa enorme, cuadrada y llena completamente de papeles desperdigados y sucios, con aquellos jueces gigantescos enfrente mía, con aquel clima y humedad pantanal, sólo, sin nadie, sólo con mi carisma y mi habilidad para salir inocente de aquello; pánico, nervios, desesperación, agobio, ira, pena, arrepentimiento, llanto profundo. Me senté en aquella silla, sin recordar o ver qué sentencia le habían dictado a aquel chico, nervioso y temblando, y en ese momento, desperté del sueño.

Desperté de forma automática, ni fruto de un ruido grande, ni de mi madre, ni un despertador. Fue sólo. Desperté empapado, con nervios aún en la piel, en sus poros, en mi aparato nervioso. Sentía la angustia en la garganta, cómo se me había cerrado, como tenía la boca seca, cómo tenía los ojos húmedos. Me acordé del sueño perfectamente, detalles que me habían impactado, desde que empezó. Nunca antes me había pasado nada igual, NUNCA, lo prometo. Nunca había tenido un sueño tan nítido, o que a estas alturas lo siga recordando como si lo acabara de tener, me cautivó y traumatizó cada detalle, cada secuencia, cada escenario y sentimiento, cada imagen. Quizás hasta hoy en día se me hayan olvidado minúsculos detalles, pero el sueño era así, no recuerdo más. No me he inventado nada, ni he omitido. Me da igual lo que penséis, eso lo creó mi mente con un realismo impresionante, sin venir a cuento, sin ver nada antes impactante sobre el franquismo. Fue algo único y desolador. Todo fue en primera persona, parecía tan real... Quizás fuera algún mensaje, algún tipo de de pensamiento o sueño de mi miedo, de algo que había concebido mi subconsciente a través de las clases de historia, de documentales, de anécdotas de mi abuela; quizás era algo que le ocurrió a algún antepasado mío, o a alguien que se parecía bastante a mí, un mensaje de algún fantasma del pasado, el cual fue fusilado, o no, en aquellas mismas circunstancias.

Sólo repito que antes nunca había tenido un sueño tan nítido y real, tan coherente y detallado, tan personas y profundo. Aún sigo dándole vueltas.

jueves, 5 de enero de 2012

Hoy, caminando por la calle, un negro me ha dado esto


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